Hay paisajes que son el alma y el corazón de la tierra y determinan la existencia de todo cuanto sobre ellos se encuentra: las gentes, la arquitectura, la agricultura, la manera de vivir, el arte y la misma naturalezaà Cuando los contemplamos, pueblan nuestra memoria de personajes y hechos históricos; cuando evocamos una corriente artÃstica, o recordamos un libro que marcó nuestra manera de comprender el mundo, esos paisajes se abren paso en nuestra mente. Y desde siempre ha sido la Tierra de Campos ùa caballo entre las provincias de Palencia, Valladolid, Zamora y Leónù el territorio que ha definido una de las imágenes más arraigadas que el imaginario colectivo se ha formado de los antiguos reinos de Castilla y de León: una meseta llana y desnuda, apenas cruzada por rÃos poco caudalosos, salpicada de pequeñas poblaciones distantes entre sà y con una demografÃa en constante decrecimiento, generosa en paisajes y ambientes que varÃan continuamente, y depositaria de una enorme riqueza artÃstica en precario estado de conservación. Jorge Praga y Manuel Abejón decidieron decidieron un dÃa fijar y contrastar esas p