Lourdes Ortiz afirma en el prólogo: "Con paciencia, ella se convierte así en narradora y la narración es un modo de enfrentarse a su propia vida, para construir una biografía, de ese modo, al tiempo que habla en voz alta para los oídos cerrados de su hija, se va descubriendo a sí misma". El estado de la niña mejora y con él llega el recuerdo de Alberto, el padre ausente, el eterno viajero. El contador de aventuras que envuelve con palabras a su hija y sigue indemne en el recuerdo de Aurora. ¿Qué hacer para que la hija destierre la imagen que se ha forjado del padre? ¿Cómo decirle que no vendrá? Y Alberto se alza entre madre e hija como muralla; un muro que sólo la verdad puede derribar. Pero existe un enigma que Marta debe descubrir; un enigma que encubre una gran cobardía.
