En la lÃnea del horizonte, esa lÃnea de aire que aúna de verdad el cielo con la tierra y contornea, acariciándola, cualquier barrera, se enlazan las medidas longitudinalesà y también se despereza la mente, más allá del raciocinio, para dar rienda suelta al ingenio más desenfadado. De ese modo, el lector se adentra en estos relatos que, con tintes surrealistas ùno exentos de humorù entretejen elementos que, en un pretendido azar, muestran una recóndita filosofÃa de la vida, entre el juego y la palabra. No es de extrañar, entonces, que San Francisco intercambie un poco de su mansedumbre con la ferocidad del lobo, que el difunto se apegue a sus calcetines, que los frutos de la higuera contengan un clavecÃn de fibra temperada, que el mÃstico recorra el desierto buscando sed, que el vago de Bagdad no haga nada másÃ