El dÃa que le conocà os puedo asegurar que casi me muero de la vergüenza por intentar seducir a esa belleza de hombre.
Le conocà un dÃa ya hace muchos en un bar donde yo trabajaba. El entró como una ráfaga de viento puro y un toque de locura. Era, sin duda alguna, un hombre bello. Pidió café y se lo servÃ. Cogió un periódico y, mojándose la punta de su dedo Ãndice, comenzó a hojearlo. Levantó la mirada y pidió otro café.
-¡Dios! ¡Qué ojos! -me dije yo-. ParecÃa una figura sacada de una pintura, perfecto. Algún defecto deberÃa tener y me acerque a él para... no sé para qué, pero era tan bello que tenÃa que conocerle. Le pregunté su nombre y me dijo:
-Samuel, Sami para los amigos.