Dos almas unidas, salieron de Los Palacios hacia Sevilla, hacia la Giralda
y hacia el cielo. La muerte le robó la novia a Joaquín, lo que
más quería él. Ella está aquí y allí, siempre muy cerca y muy lejos. Pueblo
cercano, marismeño, blanco, verde y andaluz, de cal y sol. Donde
de largas trenzas y ojos negros, la que llevaba entre los labios un ramito
de acacias puesto por su novio Joaquín. ûNada de claveles ni tonteríasû
dijo él ûsino de acaciasû. Árbol del patio de su casa donde ellos se veían
en sus encuentros fortuitos a la hora del atardecer y puesta del sol.
Os invitamos a profundizar el atardecer de esperanza cierta, eterna
con fecha de publicación en 1954, al cumplir Angelita, los treinta
de junio de 1924. Vivía perenne en la memoria y alma de Joaquín, con
los recuerdos inolvidables del pueblo palaciego. û¿Lejano? ¡No!û.
Así lo reconoce él en su epílogo que cierra el texto. Convierte a
amoríos, truncando la fatal tuberculosis contraída por Angelita, a la
temprana edad de veintiún años. La que sintió, ansia infinita de amar
y la perdimos. El título de su libro Los cielos que perdimos, lo dice muy
clarito como otros que hemos expuesto, siendo unas metáforas de
esa mujer amada, arrebatada por la muerte. Su imagen vale más que
inicia sus obras en un peregrinaje constante hasta el final de sus días.
Le concede a su eterna rosa y niña virgen, su vida, libros, legados y
testamento. ûVe a ella libro mío que has ido naciendo tan en silencio,
tan inesperado y hondo como su cariñoû.
