Como es sabido, los nacionalistas vascos suelen caracterizar tópicamente «lo vasco» por oposición maniquea a «lo español», hasta el punto de que «el antiespañolismo [constituye la] seña de identidad fundamental del movimiento nacionalista vasco, desde Sabino Arana hasta la actualidad». Esto no siempre fue asÃ. Por el contrario, durante siglos el imaginario de la identidad vizcaÃna era prácticamente indistinguible del de la identidad española: tubalismo, vascoiberismo, vascocantabrismo; catolicismo militante; amor a la independencia y espÃritu indómito ancestral; acrisolada lealtad a la corona... No en vano, como mostró Jon Juaristi hace más de una década, los orÃgenes mÃticos de la España primitiva que formularon Poza o Garibay en el siglo XVI aparecen Ãntimamente entretejidos con los de «Vizcaya-Vascongadas» (o «Cantabria», como solÃa decirse por entonces). Sólo desde que, al finalizar la Guerra de Sucesión, la foralidad de las provincias exentas quedó casi como único vestigio de un derecho público especial en el contexto tendencialmente homogeneizante de la monarquÃa borbónica, comenzarÃa a despuntar un discurso resueltamente diferencialista, que iba a acentuar crecientemente algunos rasgos históricos, polÃticos y culturales privativos de vizcaÃnos, alaveses y guipuzcoanos -frecuentemente, también de los navarros- no ya respecto de castellanos, gallegos, andaluces o aragoneses en particular, sino del conjunto de los demás españoles en general (agrupados a menudo bajo el impreciso gentilicio de «castellanos»). Pero serÃa la polÃtica niveladora y regalista de finales del siglo XVIII y, sobre todo, la revolución constitucional iniciada en Cádiz -con la proclamación de la soberanÃa nacional- la que iba a dar origen a un discurso y a una práctica propiamente fueristas, directamente impulsadas por las instituciones forales. Dinámica sociopolÃtica y discurso institucional que fueron ya objeto de estudio por parte de Coro Rubio en algunos de sus trabajos anteriores.